Encuentro con Munch by Sylvia Iparraguirre

Encuentro con Munch by Sylvia Iparraguirre

autor:Sylvia Iparraguirre [Iparraguirre, Sylvia]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2012-12-31T16:00:00+00:00


«Brandt estaba frustrado. Si tan sólo pudiera vender el cuadro grande a la galería. Por años había malgastado su energía en las calles y en los cafés, había sido incapaz de trabajar apropiadamente, incapaz de pintar como realmente quería.

»El gran friso —El friso de la vida— que había empezado años atrás y que iba a representar el círculo de la vida: el despertar del amor, la danza de la vida, el amor en su cima, el marchitarse del amor y finalmente su muerte. Despilfarró sus fuerzas tratando de conseguir dinero para comprar comida y pinturas.

»En el transcurso del día, Brandt se había encontrado con sus amigos: primero uno, después otro. Tomó un vaso con cada uno de ellos. Para las doce estaba borracho y sentado todavía con otro vaso de whisky hasta que el bar cerró, entonces se fue a su casa y se tiró en su colchón.

»Al poco rato fue despertado por Hauge parado en la puerta, parecía completamente chiflado.

»“Lamento molestarte, pero acá estoy. Traje algunos amigos”. Hauge y sus amigos tenían que cruzar por mi cuarto para llegar al estudio.

»“Adelante”, contesté, y Hauge guió una fila de gente por el costado de mi colchón, probablemente unos treinta.

»Dejé mi cama y me pasé del lado de Hauge.

»“Tal vez deba explicar”, empezó. “La Sociedad de Carteros estaba dando una fiesta y los invité acá”.

»Vaso en mano, Hauge se zambulló en un largo discurso y yo volví a la cama, borracho a morir y cansado. No me desperté hasta que estaba por amanecer, para ese momento el aire del cuarto era repugnante.

»Me levanté y charlé con Miss L. sobre el amor libre.

»“¿Por qué dos adultos no podrían hacer el amor?”, dije.

»“Sí, por qué no”, replicó ella.

»Incluso pienso que en ese momento debo haberla besado, pero ella permaneció rígida y silenciosa de modo que me retiré de vuelta a mi colchón y me senté sobre él.

»Ella me siguió hasta el colchón y me miró a los ojos. Tenía unos ojos chicos, marrones, pequeños y brillantes como abalorios.

»“Ahora voy a hacer algo bastante raro”, dijo, y me acarició la frente con sus manos.

»“Qué estás haciendo”, pregunté. “¿Me estás hipnotizando?”.

»Poco después estaba parada en la puerta del estudio. Cara larga y delgada y ojos marrones como cuentas rodeados de un halo de pelo dorado. Una extraña sonrisa flotaba en sus labios finos y fatigados. Era la cabeza de otra Madonna.

»Me sacudió un extraño, inexplicable, estremecimiento de miedo.

»Entonces ella desapareció, y yo levanté los pinceles y empecé a pintar La danza de la vida.

»Cuando me fui a la cama esa noche soñé que besaba un cadáver, y salté, aterrorizado. Había besado los pálidos, sonrientes labios del cadáver y eran los labios de Miss L.».



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